Se tumbó a dormir con todo el peso de su cansancio. Pasados unos segundos de somnolencia, despertó por un cosquilleo. Decenas de personajes trepaban por las patas de la cama, representando escenas ya vividas, hablando al unísono, acosándolo, sin darle margen de respuesta.
Cuando se dio cuenta, gesticulaba con vehemencia, emitiendo sonidos incomprensibles, en un burdo intento de resolver de otra manera aquellos conflictos ya pasados.
Fue entonces cuando comenzó a sentir que el colchón se agrietaba. Bajo su cuerpo se abrían enormes acantilados, de los que pendía saturado de náuseas y vértigo.
Era una de esas noches en las que la vida da miedo.
Mucho miedo.
Nada que no pudiera solucionar un buen día siguiente.
Cuando se dio cuenta, gesticulaba con vehemencia, emitiendo sonidos incomprensibles, en un burdo intento de resolver de otra manera aquellos conflictos ya pasados.
Fue entonces cuando comenzó a sentir que el colchón se agrietaba. Bajo su cuerpo se abrían enormes acantilados, de los que pendía saturado de náuseas y vértigo.
Era una de esas noches en las que la vida da miedo.
Mucho miedo.
Nada que no pudiera solucionar un buen día siguiente.
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