Hay personas tan tan tan maravillosas, nos fascinan tanto tanto, que para no joderlas, lo mejor es dejarlas pasar.
Existen ritmos que enlazan al primer compás. Otros distorsionan de tal modo que no pasan ni por improvisación ni por jazz. Por mucho ensayo que le eches, no hay manera.
Veces nos emperramos en sincronizar procesos irreconciliables. Y no es derrotismo, aún consciente de las fases habituales de desarrollo de todo grupo (de dos o infinitas personas): enamoramiento, crisis, organización...
Aclaro: las que empiezan y acaban en un polvo, u dos, escapan a esta categoría.
Cuando se llega al esfuerzo de intentar reorganizarse para que todo funcione, la cosa merece un aplauso. Cuando se insiste en varias ocasiones y no se sale del fondo del charco... El asuntito ya no va de ovaciones. Me temo que no. Mejor será reconocer que cada cual baila a su ritmo, que es eso precisamente lo que nos hipnotiza. ¿Qué le vamos a hacer si, al aproximarnos, no somos capaces más que de pisarnos?
Lo dice Drexler en su don de fluir: le gusta verla bailar y hasta que se empeñe en convidarlo, sólo que él sabe bien de sus flojas rodillas.
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