En lugar de tanto homenaje, qué tal si este 8 de marzo comenzamos por no “ayudar en casa” y asumimos plenamente nuestras responsabilidades en las labores domésticas.
Nosotros, tan duros, podríamos damos la oportunidad, dejar de castrarnos la comunicación de los sentimientos y las emociones.
Ya puestos, por qué no usamos el valor que se nos supone, ese que nos esmeramos en aparentar, para permitirnos salir del laberinto de la competitividad y sus miles formas de medirnos el pene: la cilindrada del coche, la nómina, el cargo, el modelo del móvil, el fútbol, las marcas...
Y si dejamos de etiquetarnos por los genitales para simplemente mirarnos a la cara, persona a persona.
Hace mucho que ellas movieron ficha. Nos toca a nosotros, chicos.
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