martes, 23 de febrero de 2010

pecado original



Y si el pecado original, ése sobre la que tanto nos adoctrinaron, no es más que la insatisfacción constante. La duda omnipresente sobre si la vida que vivimos es la única, la mejor o la menos mala de las posibles. El no saber si lo que hacemos es la apuesta ganadora.
Si así fuera, me quedo con otra duda existencial: La de no saber quién ha aprovechado mejor ese sentimiento. Si las religiones, especialmente la católica, o el capitalismo. Las primeras, llamando a la resignación de los desfavorecidos por el presunto bienestar al otro lado de la muerte. El segundo, haciéndonos creer que la solución a nuestra insatisfacción es el último modelo de cualquier electrodoméstico, el trapito de temporada, el auto de mayor cilindrada… en fin, el deseo por el consumo, motor y esencia de su estructura.
Fuera como fuese, no nos queda otra que aprender a convivir con esa duda. En la medida de nuestras posibilidades, domesticarla, para que no nos revuelva más de lo imprescindible o necesario. Es que, visto así, si no hubiera sido por ella, por esa angustia por cambiar, nos habríamos quedado en la edad de piedra. Aunque, como diría Groucho, para llegar a las más altas cotas de la miseria, quién sabe si ha valido la pena.
Reflexiona Vinyamata en su manual de Conflictología: “Creerse en posesión de la verdad llevará con facilidad a adoptar actitudes y planes tendentes a establecerla que se alejarán de la tolerancia y del respeto de la diferencia y de la disidencia. La duda persistente también puede conducirnos hacia un pesimismo, así como a la indiferencia frente a los problemas ajenos”.

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