A ti, que dibujaste mis primeros garabatos y supiste traducir en letras mis desconciertos.
A la que nunca levanté en las manifestaciones, con la que me cepillo los dientes y cambio las marchas del desvencijado coche, la que lleva a mi boca la comida, el cigarro, la cerveza… La que abre y cierra la cafetera, buf, cuánto te añoro.
A la que sabe encontrar los rincones secretos de mis placeres... con la que exploré cuerpos ajenos y otras espirales.
A ti, que me afeitas y firmas, me enjabonas, me limpias, me sacas los mocos. Con la que friego, hago clikear el ratón y disparo mi cámara. La que gira las llaves, abriendo puertas.
A la que hace rebotar las piedras sobre la marea, la del corte de mangas, el saludo formal - sonrisa plástica y “encantado, ¿qué hay?, ¿qué tal?”-, la del “chócala pibito”.
La mano del adiós, adiós ilusión querida (1).
A ti, mano derecha, te echo estos días tanto de menos, que no hago más que esperar tu regreso, pues ¿por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo? (2)
(1) De Domingo Hernández, mi abuelo.
(2) De Domingo Rivero, en Yo, a mi cuerpo.
(2) De Domingo Rivero, en Yo, a mi cuerpo.
2 comentarios:
La oda se la tendrás que escribir a la izquierda, que nunca valoramos lo que hace, y seguramente ahora es la que te saca de casi todos los apuros.
Lectura politizada: cuando a la derecha le va mal, quien paga los platos rotos es la izquierda.
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