La abuela reza de rodillas, entregando su alma y su vida a imágenes de cartón piedra que le señalan el camino de otra existencia sin penurias.
El abuelo dedicó su juventud a cambiar el mundo, defendiendo ideologías y banderas que sigue rumiando hasta el final de sus días.
El padre, en cambio, invierte todos sus esfuerzos en amasar dineros y sacar brillo al apellido.
La madre atesora colecciones interminables de electrodomésticos, con los que aspira, tritura y congela sus adversidades.
El tío cambia de trabajo cada año. También de domicilio, de país y de familia.
El primogénito se enfunda la fortuna paterna en ropas de marcas y coches de diseño.
La hija retoma el testigo del abuelo y lo reinventa salvando ballenas en océanos helados.
El nieto mayor busca en el sexo la salida de sus laberintos.
La nieta escarba en filosofías lejanas y técnicas de posturas complejas, interpreta el universo combinando números y azares.
El pequeño se oculta tras una trinchera de libros, protegido por su bata blanca, blandiendo una enorme calculadora.
Sentados a la mesa, todos se miran, festejan y callan.
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