Una plaza de toros abarrotada. Miles de personas ondean banderas azules. Aclaman a un líder de traje impecable y maneras confusas. 2.500 de los aplaudidores son inmigrantes, probablemente ni siquiera tienen derecho a votar en las elecciones europeas. Muchos de ellos agitan pancartas de amor incondicional a Camps de forma casi profesional. O, al menos, con la esperanza de llegar a tener una profesión. A cambio de su efusiva entrega les prometieron un empleo. No se lo dieron.
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