Allí estaba, dentro de aquella caja. Lo tenía delante de sus narices. En la oscuridad de su interior acartonado descansaba el resumen de sus muchos anhelos, de tantas horas de ausencia en incontables noches en blanco. Unas finas paredes lo separaban de todo lo que había soñado, aunque ni siquiera era ya capaz de recordar desde cuándo.
Aquello le proporcionaría la alegría que le faltaba, la seguridad en sí mismo, el reconocimiento social que siempre deseó. Bajo aquella tapa reposaba la Tranquilidad, con mayúsculas, la Calma, el fin de los conflictos. Allí estaba el afecto, la compañía, todo lo que podría reconfortarle.
Ese cubo contenía las llaves de su felicidad, el acceso a la sonrisa eterna, a la lucidez constante, a la palabra exacta en el momento preciso. Abrir su tapa era liberar su paraíso particular...
Era increíble. Lo sabía. Vaya si lo sabía. Por eso, seguramente por eso, decidió no abrirla, volver a guardar la caja en el desván. Como cada noche desde hacía tanto.
1 comentario:
Más bién creo, que no lo saben...de lo contrario sería aceptar un masoquismo intelectual injustificado, que requiría tratamiento. Un placer leerte. Un abrazo.
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