A modo de tobogán me deslizo por una enorme capitular y, girando entre sus espirales barrocas, salgo disparado hacia el margen izquierdo de la hoja. Caigo mordisqueando el vértigo, hasta sujetarme a la cola de una pe que asoma del siguiente párrafo. Intento sobreponerme del ajetreo pero, en pocos segundos, soy abducido por el texto que me hipnotiza con sus contenidos y sus ritmos. Sin saber cómo, empiezo a flotar entre sus renglones, zigzagueando por las velas y colas de haches, jotas, efes… La suavidad del paseo me adormece y me regala paisajes de ensueño, reflexiones nunca antes imaginadas, conversaciones con personajes desconocidos en tiempos no vividos y otras odas a la razón y al absurdo. Voy cambiando de páginas, de capítulos, navegando entre ideas por océanos de alfabetos alineados. Sin darme cuenta, me doy de bruces con el punto. Que nunca es final. Que siempre es suspensivo…
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