miércoles, 27 de mayo de 2009

especie


Hace mucho que tengo la sensación de que vivimos en capas diferentes de realidad. Y no en el sentido esotérico, que vete tú a saber. Me refiero a que, pese a compartir variables espacio temporales, cada cual viaja en su propia burbuja, entretenido en sus fantasías, percepciones y angustias particulares.

Sin ánimo de hacer odas al individualismo, desde la mesa de tu ordenador, si miras a los compañeros que te rodean, ahí mismo, cada mañana, en tu lugar de trabajo, ¿con cuántos compartes algo realmente sigfnificativo? Y no hablo del pagador de la nómina, la marca de pantalones, el agobio del lejano fin de mes. En tu edificio o en tu calle, ¿son muchos con quienes intercambias algo más que la tradicional percepción climatológica, las tres copas del Barça o el mira tú lo que cuenta el periódico esta mañana? El digital, claro, que el otro ya no lo compra nadie. Con la persona que tienes cada noche al otro lado de tu cama, ¿cuántas veces compartes más que las sábanas?

Vamos como cochitos de choque. Monoplazas, por supuesto. Cada uno a su bola, a su ritmo, con su presunta dirección y sinsentido. De vez en cuando nos topamos, ponemos el automático para resolver el encuentro y, hala, cada uno sigue con su disparate personalizado.

No tengo ni la más remota idea de si los humanos somos así por naturaleza o si fue la gallina la que hizo semejante huevo. Por lo poco que he visto, el sálvese quien pueda resuena bajo todos los himnos y banderas.

Al final, tengo la seria sospecha de que esta doble capa de grasienta indiferencia que nos untamos para deambular entre coetáneos no es más que un airbag. Pura defensa personal.

Con todo, no está mal desprenderse de ella de vez en cuando, aunque sólo sea para sentir el fresco en la cara, sacudirnos las legañas y no perder para siempre el sentimiento de vinculación a la especie.

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