El joven pagó a la cajera y con un “hasta luego” salió del supermercado llevando la compra repartida en dos grandes bolsas.
Al llegar a casa distribuyó latas, embutidos, pan, huevos y yogures por los rincones de la despensa y la nevera. Una de las bolsas, ya vacía, fue directamente a la papelera del baño, donde sirvió de recipiente de residuos de lo más variado y no siempre agradables. La otra, en cambio, fue a parar a un estrecho cajón, donde no entró luz en muchos días.
Pasadas varias semanas, de forma inesperada, el joven la sacó de aquel agujero para introducir en ella un paquete envuelto en hermoso papel de regalo.
El joven se la entregó a su amiga, que volvió a encerrarla en un cajón oscuro, tras vaciarla de aquel regalo de despedida.
Al día siguiente, la bolsa recuperó utilidad. Esta vez para aislar unos zapatos del resto del equipaje en el interior de una maleta. Maleta que se arrastró por ascensores, calles y taxis, hasta subir a una cinta desde la que cayó a la bodega de un avión.
Tras unas horas de gélido vuelo, se repitió la cinta, el taxi, las calles y el ascensor. La maleta se abrió en una habitación de hotel, donde la bolsa se desprendió de los zapatos.
Durante los días siguientes fue engordándose poco a poco, ahora con calcetines, bragas, camisetas que desprendían estrepitosos aromas a usado.
Cuando estuvo bien llena fue otra vez a la maleta. Y en ella, al ascensor, la calle, el taxi, la cinta y el avión, para repetir de nuevo la cinta, el taxi, la calle y el ascensor.
De vuelta en casa de la joven, la bolsa se liberó de su carga, pero no de su pestilencia. Creyó que era lo peor que le podía pasar, de lo que se desengañó cuando fue a cubrir el interior de la papelera de la cocina.
Días después, otra vez repleta, cayó en un bidón fétido, del que pasó a un sucio camión que la aplastaba mientras la trasladaba a un ardiente vertedero.
Allí, precisamente allí, se encontró con su vieja compañera, la bolsa con la que había salido del supermercado, y juntas se derritieron con la fermentación de los restos contenidos.
2 comentarios:
En éste relato vemos lo que tú quieres que veamos. No hay posibilidad de desear ver lo que viene despues. No necesitamos que nos cuenten nada más porque sabemos que no hay nada más que eso. El comienzo y el final de una bolsa de plastico. Uno elije las historias que quiere escribir por una razón, la tuya no la sé por mucho que escriba sobre tu relato o sobre tu forma de escribir, solo sé que querías contar algo y hacerlo de esa manera. Lo que está claro es que los detalles con los que uno quiera quedarse de ésta historia no dependen de tí sino de quien lo lee. Todos somos diferentes y hay quien dirá, que ya sabía cómo iba a acabar esa bolsa, o que no entiende por qué malgastar tanto esfuerzo en contar algo tan simple y obvio, algo tan cotidiano y vacío de emoción. Pero la verdad que no creo que esta historia trate del miedo que siente una bolsa de plástico, tras haber viajado con ella por un mapa de silencios, de ausencias, y soledad.
Eres muy intimista escribiendo y me gusta. A parte de hablar (de una forma casi nihilista) de lo que es la vida y la muerte. Resumir cualquier ciclo vital de ésta forma me parece genial. Espero que me perdones por no haberme aferrado a todo ello y quedarme con ese viaje y ese mapa.
Lo dicho, gracias por escribirlo y hacerme dialogar contigo de ésta manera.
M Eugenia
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