Sí, fui yo. Hace mucho que ocurrió. Demasiado, pero ni así dejan de hablar de aquello ¡Que empecinamiento!, la verdad. En realidad, lo del Paraíso lo han idolatrado. Y mucho. Tanto defensores como detractores. No fue ni tan maravilloso ni tan perverso. Bueno, ya, todo depende de con qué lo comparemos. Lo sé.
Vivir sin normas, en plena naturaleza, a mi bola, en el amplio y literal sentido. Esa parte estuvo bien. Pero también había inconvenientes. Todo era nuevo para mí y ni siquiera tenía habilidades para hacerme una choza en la que aguarecerme. Ni se imaginan el tamaño de los mosquitos que atacaban por la noche.
La vida de recolector es cómoda. Sobre todo cuando siempre hay fruta de temporada. Natural, de la rama. Nada de congelados ni transgénicos.
Ya, ya. Ya te cuento de Lilith. Que sí, que la conocí. Era una persona íntegra. Con las cosas claras. Buena conversación y unas formas, ¡qué formas! Un poco panfletaria a veces, cierto, pero creativa.
Fue con ella con quien descubrí el deseo, el sexo y los primeros noes. En sus síes aprendí los tiempos, el silencio, la calma del placer.
Nada es eterno. Y de pronto le dio por reorganizarlo todo. Por cambiar las cosas de lugar. Así entró en conflicto con la voz en off. La que ponía las normas, la que pretendía controlarlo todo.Él no le aguantó ni media. La fulminó.
Deambulé sólo un tiempo por aquellos parajes, entre hierbajos y animales salvajes (como todos entonces, como yo) hasta que tropecé con Eva. Era una sosona, sí. Iniciativa cero. Respetaba hasta la letra pequeña de las señales de tráfico. Un mormazo.
Por eso, fue por eso. Me aburría.
Vivía como un cura. En toda regla. Tenía de todo sin trabajar. De todo menos, claro está, sexo explícito. El deseo furtivo, a mis años.
Así que preferí liarla, comerme la fruta de la huerta privada. Sabía de antemano que se me acabaría el chollo, que tendría que empezar a cultivar. Pero, ¿quién quiere una vida gratis y sosa? ¿una vida programada, de obediencia, sin altibajos ni sorpresas? El paraíso no estaba hecho para mí.