domingo, 8 de marzo de 2009

De lo superfluo


La televisión, la radio, los periódicos, las familias, los amigos y desconocidos, la gente por la calle… todo el mundo a todas horas está hablando de lo mismo, de la maldita crisis. Estamos todo el rato metiéndonos miedo unos a otros con lo mal que nos va y lo peor que nos va a ir, así que terminamos congelados, petrificados… incapaces de dar un paso por temor a estallarnos.

La situación económica crea un estado de opinión, una ideología (Karlitos, dixit). Y esa ideología influye nuevamente en la situación económica. Pura dialéctica materialista. Así que, o dejamos de llorar y nos ponemos las pilas, o acabaremos ahogados en tanta lágrima facilona.

Estamos en tiempos de siembra. De sembrar y poner cimientos.

Sin que sirva de anestesia, no está mal recordar como lo pasaron unas generaciones atrás durante la posguerra española. Aquello sí que era hambre.

Ocurre que ahora, si no cambiamos de coche a cada golpe de antojo, si no llevamos el último modelo de móvil, si no utilizamos el ordenata más potente del mercado ni vestimos con la marca de moda ni veraneamos lejos muy lejos… parece que morimos de miseria.

Estamos sobrados de necesidades absurdas. Por eso, este período nos vendrá genial para sacudirnos más de una dependencia superflua y volver a poner los pies en la tierra. Para redescubrir las grandes cosas que, normalmente, son las que no cuestan dinero.

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