Los descubrí gracias a un atasco en medio de La Laguna. Yo estaba atrapado en una cola. Ellos, sentados en un muro de Padre Anchieta, viendo pasar la mañana.
Aunque vistieran de formas y colores diferentes, iban uniformados. La gorra de la sudadera hasta la nariz, camisetas, vaqueros y zapatillas deportivas.
Era una pandilla habitual de la zona. Sólo les diferenciaba su procedencia: eran inmigrantes. El color de su piel y el ancho de sus fosas nasales les delataba.
Quizás, lo que me llamó especialmente la atención fue la aparente tranquilidad de sus miradas. Inmóviles, perdidas en alguina parte que no fui capaz de divisar.
Un detalle de su vestimenta me dejó pensando. Bajo la sudadera abierta, uno de ellos llevaba una camiseta con el dibujo de un globo terráqueo. Se distinguían en él todos los continentes menos uno. Debajo de Europa no estaba África. Por allí se extendía la mancha azul de los océanos.
Aunque vistieran de formas y colores diferentes, iban uniformados. La gorra de la sudadera hasta la nariz, camisetas, vaqueros y zapatillas deportivas.
Era una pandilla habitual de la zona. Sólo les diferenciaba su procedencia: eran inmigrantes. El color de su piel y el ancho de sus fosas nasales les delataba.
Quizás, lo que me llamó especialmente la atención fue la aparente tranquilidad de sus miradas. Inmóviles, perdidas en alguina parte que no fui capaz de divisar.
Un detalle de su vestimenta me dejó pensando. Bajo la sudadera abierta, uno de ellos llevaba una camiseta con el dibujo de un globo terráqueo. Se distinguían en él todos los continentes menos uno. Debajo de Europa no estaba África. Por allí se extendía la mancha azul de los océanos.
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