Recuerdo un fin de año en que un godo, de los que ejercen, me dio la noche. Uno de esos tipos que se quedan a vivir aquí y no paran de despotricar de las Islas y de nosotros. Tan petardo se puso que desbordó mis muchas ganas de ignorarlo.
En voz muy alta y sobrada de eses, ces y zetas, aquel personaje venía a decir que la única idiosincrasia de los canarios es que somos rematadamente idiotas. Especialmente porque las administraciones locales no le permitieron levantar un hotel en espacio protegido. Mira tú por donde. Los catalanes sí son diferentes, decía. Los canarios, igualitos que los de La Mancha, se jactaba el lumbreras.
Este mal recuerdo me viene porque acabo de hacer un viaje relámpago por medio archipiélago. Tres islas en seis días. Tiempo suficiente para reafirmarme en que cada una tiene su ritmo, su paisaje y su psicología.
Dediqué esos días a mover CANARIdoscopio.com. Un proyecto que, respetando las diferencias, pretende unir, tejer una red que facilite la comunicación, el conocimiento, el intercambio. Así y todo, tampoco faltaron los insularistas recalcitrantes, aquéllos a quienes lo primero que les interesa es el ADN del proyecto, de sus promotores.
La arrogancia del primero y el ombliguismo del segundo son dos formas de la misma ceguera, dos negaciones igual de castrantes.
Al godo, aquel treinta y uno de diciembre, le dije que tan listo no debía ser si en tantos años por estas ínsulas no se había enterado de nada.
Al del pedigrí, el otro día, le confesé que soy canarión, padre de un niño chicharrero de madre herreña. Que, por favor, no me estuviera contando pamplinas.
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