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Es una historia fresca, de dos desconocidos que entran al trapo de las fantasías sexuales sin preámbulos. Algo tan habitual por esos chats del ciberuniverso en los que se refugian millones de soledades. Habla de vacíos, de pasiones y deseos no racionalizados, no aceptados por el discurso moral, pero tan reales que afloran desde que nos los permitimos. Aunque no siempre seamos capaces de digerirlos.
Los dibujos de Adrián Miguel Delgado son el hilo conductor perfecto. No en vano el ilustrador se llevó un largo aplauso de la sala que, para asombro de propios y extraños, estaba repleta de público.
De todas las secuencias, me quedo con dos miradas de Pape Monsoriu. Una, frente al espejo, sin reconocerse en aquel encuentro sexual furtivo. La otra, al volver a casa, tumbada sobre la cama en posición fetal. El vacío.
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