Una de las claves del éxito del capitalismo es su explotación de la insatisfacción humana. Le saca el jugo al vacío existencial, especialmente, a la absurda manía de intentar llenarlo, sin éxito, con objetos externos.
Coches, casas, propiedades, títulos académicos, reconocimiento social, éxito profesional, dinero, electrodomésticos… Nada sacia ese vacío, pero el ímpetu por llenarlo es lo que engrasa el capitalismo. Lo que lo mantiene.
Tiene su gracia traducir a lenguaje coloquial las expresiones de las páginas marrones de los periódicos. Ésas que tendemos a separar nada más abrirlo, las que tiramos a la torre de reciclado sin leer. Allí se encuentran ingenios tales como: “El incremento del paro y la congelación salarial desincentiva el consumo, prolongando la crisis”.
El problema, por tanto, no es que la gente no tenga trabajo ni con qué pagar sus facturas. No, qué va. Lo dramático es que si no tienen dinero no compran y, por tanto, no venden. Se colapsa el sistema.
Hubo un presidente de esta Comunidad Autónoma que aseguró que el objetivo de su programa de gobierno era hacernos felices a todos. No lo consiguió. Tampoco creo que lo intentara.
Políticos, ya se sabe. El actual dijo que quería acercar el Gobierno a la “gente”, pero resulta que su parlamento no admite a trámite iniciativas legislativas populares.
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