En el portal de mi casa cohabitan desde siempre unos extraños vecinos. Hasta hace muy poco no tenían piso propio, compartían varias viviendas con gentes diferentes. Estaban repartidos por todo el edificio, aunque en ningún caso ejercían de titulares. Sólo ocupaban algún cuarto donde vivían a su manera.
Hace algún tiempo, tuvieron serios problemas en uno de esos pisos. Los fueron acorralando hasta echarlos a la calle. La cosa se les complicó más cuando el propietario de esa vivienda fue haciéndose con las colindantes, donde practicaba la misma persecución contra los moradores del cuarto del fondo.
El afán especulativo del inquilino expansivo no tardó en generarle problemas, ganándose la enemistad de todo el edificio, que acabó por unirse en su contra hasta desahuciarlo. Por entonces, las víctimas de su ambición inmobiliaria dormían en las escaleras, sin vivienda ni cuarto al fondo en ninguna planta del inmueble.
Sólo unos pocos se mantenían cobijados por los rincones de la casa del presidente de la comunidad de vecinos. Quizás por eso, quizás porque siempre participaron en la gestión de la Tesorería, lo cierto es que alcanzaron los apoyos necesarios de buena parte del portal.
Una mañana golpearon mi puerta. Cuando fui a abrir ya era demasiado tarde. Me encerraron a empujones en el último cuarto de mi casa, del que no me dejan salir ni al servicio ni a la cocina. Recientemente me han tapiado los accesos a la habitación.
Intento protestar, llamar la atención del resto de los vecinos. Ni caso. Los presidentes, por mucho que cambien, siempre les dan la razón. En el mejor de los casos, comentan que es un problema doméstico en el que no van a inmiscuirse. Alguno hasta me culpa a mí de provocarles.
PD.
Fin al Estado asesino israelí
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