Al levantarse se puso la cara de los jueves. Vistió a sus niños con rostro de madre estresada, imagen que se quitó tras dejarlos en la escuela. Entonces se enfundó en facciones de ejecutiva agresiva, rumbo a la oficina, y sólo relajó el entrecejo en la media hora del desayuno, cuando tocaba ejercer de amigable compañera. La sonrisa iluminaba una mirada comprensiva y solidaria.
Pasados los minutos del descanso volvió a arrugar el ceño, ejerciendo otra vez de devoradora de carne cruda. Poco después suavizó el gesto y dio turno a la mueca calculadora de contable. Tocaba ir al supermercado.
Con los cachetes sonrojados y los ojos casi acuosos, fue a recoger a los muchachos al colegio, ejerciendo una tierna maternidad. De moño recogido y blusa remangada, acabó de antenderlos.
La pose de curiosa intelectual sólo la mantuvo unos minutos, dejándose dormir,con el rostro del día siguiente ya preparado sobre la almohada.
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