sábado, 30 de mayo de 2009

ternura

Besos salteados, caricias revolviendo el cabello, compartir un largo silencio, abrazos calentitos... Son temas de los que los varones de mi especie no suelen hablar, al menos entre ellos.

Para la mayoría de los machos humanos, el otro género es una composición más o menos equilibrada de curvas, agujeros en los que sentirse poderosos o, a lo sumo, donde recuperar la seguridad de la placenta perdida. Lo cierto es que suelen hablar del tema sin asomo de ternura, con una arrogancia que denota ansias de poder, victoria, posesión...

La mayoría de las mujeres sacaron provecho de la revolución ideológica iniciada por las sufragistas, profundizada por los movimientos de los sesenta y que comienzan a tomar forma jurídica en las últimas décadas. La mayoría de los hombres, educados en el control y el dominio, en la competitividad y la constante apariencia de éxito, continúan midiéndose el pene de forma compulsiva: con el número de ligoteos, la cilindrada de sus coches, las cifras de sus nóminas, las marcas de su relojes... Semejante anacronismo les impide estar a la altura de las nuevas circunstancias. El otro es siempre un competidor. Ellas, trofeos que conquistar. En fín, un cúmulo de frustraciones que algunos exteriorizan en violencia física que, en no pocos casos, tiene resultados letales.

El problema continúa siendo que la revolución sexual la han abanderado y protagonizado las mujeres. Nosotros, los hombres, hemos sido meros espectadores. Veces simpatizantes, veces reaccionarios. Cada cual se ha adaptado a su modo y no todos hemos encontrado la mejor de las maneras.

No creo en la guerra de géneros. Ni soporto discursos panfletarios repletos de eslóganes vacíos, aprendidos en los paseos de las mismas manifestaciones. Pero en este caso, que es vital, sí que nos hemos quedado muy rezagados.

Así que, a modo de introducción, les recomiendo a todas y, especialmente, a todos una buena dosis de ternura.

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