domingo, 27 de junio de 2010

reflejos

Imagen: Saulo López.

El puerto de Granadilla, el PGO de Santa Cruz de Tenerife, la perversa desprotección de la biodiversidad en Canarias, el proyecto de Ley de Función Pública... Más motivos que manifestantes. 

Hay quien le echa las culpas a haber centrado la convocatoria de la protesta del pasado 26 de junio en internet, abandonando el puerta a puerta, asociación a asociación, barrio a barrio. Fuera por lo que fuere, no recuerdo una concentración tan minoritaria desde mi época estudiantil, casi casi que desde el instituto. 

Todos parecemos convencidos de algo: sobran los motivos. Así todo, la calle estaba vacía.

No comparto los discursos rimbombantes de cambio total, me huelen a moho, pues los vengo escuchando desde hace más de treinta y tantos años. Tal cual, sin apenas mover una coma. Y no soy de los fundadores de esta movida, ni por asomo. De cualquier forma, no es sano dejarse robar, estafar, mangonear, especialmente cuando es tan explícito y evidente que casi no queda nadie que no sea consciente de semejante escarnio, sin el más mínimo pudor. El silencio en estos casos tampoco es sano. Es por eso que reivindico y echo en falta el ejercicio colectivo del legítimo derecho al pataleo.

Qué le voy a hacer, ya poco me queda, perdida la confianza en la honradez humana, la de ese bicho capaz de corromperse y traicionar desde que de lejos huele y ensaliva el poder.

También por coherencia teórica. Suponer que con un giro en las elecciones, un cambio de gobernantes, de leyes, de sistemas, de modelos..., de lo que quieran cambiar, íbamos a pasar a un estado cuasi divino, paradisíaco, donde todas las luchas de poder y las injusticias estén neutralizadas, no sólo es patética inocencia infantil,  puro populismo, sino que hasta contradice el materialismo dialéctico del venerado Karlitos. Los puristas dirán.

Con todo, me resulta necesario, imprescindible, el ejercicio de la protesta, aunque sólo sea por la dignidad de no sentirnos tan idiotas ante el descaro ajeno. Por eso, me resulta tan gráfica a la vez que preocupante la imagen que tomó Saulo en el espejo, la que nos devuelve el reflejo de la sociedad que formamos, de lo que somos.

viernes, 25 de junio de 2010

políticamente incorrecto

Más de una vez escribí que las cosas que no tienen nombre, de las que no se habla, en las que no se piensa, no existen o acaban desapareciendo. Estaba convencido desde entonces de la importancia de las palabras para conocer el mundo, discriminar, sentir, pensar sobre objetos, procesos, emociones... Así y todo, mantuve y mantengo que existen cuestiones en las que más vale no pensar, en las que mejor no ahogarse, básicamente, porque su solución o evolución escapa de nuestro alcance, no está en nuestras manos.



Estos días, leyendo a Arnold Mindell, un gurú de la conflictología, encontré la cita que reproduzco al final y me llevó a deshacer el mismo ovillo hasta reconocer que el silencio también es aliado de las situaciones injustas, de las batallas eternas, que perpetúa las diferencias al hacerlas invisibles, negándolas. En muchas ocasiones es preciso reconocer la existencia del conflicto, del otro, de la diferencia, instalarlos en lugar visible y afrontarlos a plena luz.

En el terreno social, esta lectura desmonta la presunta idoneidad del lenguaje políticamente correcto, tan aparentemente progresista.

"La corrección política -la idea de que la gente no debería ser racista, sexista, antisemita, homofóbica, etc.- olvida que los prejuicios no tendrían por qué prohibirse si no existieran. La corrección política lleva a ocultar los prejuicios. La gente que pertenece a una minoría política o a un grupo marginado se siente paranoica porque la corrección política oculta la dominación bajo el subsuelo, haciendo que sea más difícil trabajar con ella."

MINDELL, A. Sentados en el fuego. Editorial Icaria. Barcelona, 2004

lunes, 21 de junio de 2010

erre de reinventarnos


De las muchas facultades humanas, me fascina de modo especial la de renacer: la capacidad de reconstruirnos, de superar los malos tiempos y las caídas, de reinventarnos para seguir adelante.

Como estrellas de mar, como rabos de lagartija, tenemos la posibilidad -no siempre indolora, me temo- de volver a levantar el castillo de arena que se llevó el último oleaje.

Tan sólo que, si no aprendemos, si nos limitamos a reproducir diseños, materiales, esquemas... corremos el serio peligro de caer derrumbados por la próxima marea. 

viernes, 18 de junio de 2010

Rituales macabros

Hoy tuve doble cita con la muerte. 

Este viernes, 18 de junio de 2010, murió José Saramago. También se celebró el funeral  por la amiga Marga. 

El primero deja una obra extensa, numerosas reflexiones y análisis críticos sobre los siglos que le tocó vivir, sobre el pensamiento y la injusticia de las sociedades humanas.

La segunda, una familia desolada que encabezan dos hijas desorientas, que ni juntas suman la mayoría de edad. También a un montón de amigos.

A Saramago le harán numerosos suplementos, programas especiales, reportajes en todos los soportes y, por supuesto, las editoriales volverán a hacer caja con las sucesivas reediciones de sus novelas.

A Marga le celebraron una misa a la que acudí esta tarde, donde reviví el ritual masoca de la religión católica en torno a la muerte.

Mi incursión por la obra del luso fue desigual. Me gustaban más sus intervenciones públicas, sus posicionamientos y análisis preclaros sobre los muchos conflictos contemporáneos. En sus libros naufragué, por su, en mi personalísima opinión, espesa escritura. Para gustos, colores. Las tesis de sus textos, básicamente, las comparto. El que sí me cautivó hasta el final fue su Evangelio según Jesucristo, donde lo presenta como un personaje de lo más humano, mucho más creíble que al que adoran los curas.



De todas formas, tengo que reconocer que el cura del funeral de Marga era un tipo especial. Dejando a un lado la parafernalia del ritual, de modo especial, el mal gusto en la elección de las canciones y repetidas alusiones a la muerte como salvación -¿cómo se le puede decir semejante barbaridad a una primera fila con dos niñas ahogadas en lágrimas por el incomprensible, para ellas, abandono de su madre?, ¿a la madre y hermanos de la fallecida?, ¿a su pareja?-, así todo, el cura en cuestión, el que dirigía el rito, me sorprendió con numerosos referentes culturales nada habituales en los tipos con sotana que escuché de pequeño. Citó a Saramago, y hasta le dio la razón en sus críticas a la biblia, claro que reinterpretando al portugués a su gusto, ¿cómo no? Seguidamente se aventuró en una explicación teocéntrica del requiem de Mozart, para acabar recomendando el regalo más grande, de Tiziano Ferro.

Ante semejante exhibición, no pude reprimir mi impulso de acercarme a felicitarlo por su discurso. Desde la pose propia de su rol, me lo agradeció, si bien perdió fuelle al reconocerle que mi sorpresa la causó su repertorio cultural, ya que no compartía la esencia de sus palabras. Ante la imposibilidad de reevangelizarme, se despidió.

El segundo cura, aunque tuvo menos minutos, no desaprovechó la oportunidad de dejarme boquiabierto. Entre sus lecturas, hubo una que me conmocionó sobremanera: "En el cielo no hay polillas ni carcoma ni ladrones que hagan boquetes para robar". Estoy pensando en mudarme, así que buscaré por ese barrio.

Metafísicas aparte, puedo compartir la necesidad de colectivizar el adiós a los muertos, también de manifestar el dolor en gruupo. De todas formas, hay actos sociales que me resultan especialmente crueles, hirientes, lacrimógenos. La verdad es que no le encuentro maldita utilidad.

Adiós Marga.
Adiós Saramago.

pierden y pagan los mismos




¿De qué casa me siento lejos?
Jorge Drexler

jueves, 17 de junio de 2010

oda a mi mano derecha

A ti, mano derecha, es a quien hoy echo en falta.

A ti, que dibujaste mis primeros garabatos y supiste traducir en letras mis desconciertos.

A la que nunca levanté en las manifestaciones, con la que me cepillo los dientes y cambio las marchas del desvencijado coche, la que lleva a mi boca la comida, el cigarro, la cerveza… La que abre y cierra la cafetera, buf, cuánto te añoro.

A la que sabe encontrar los rincones secretos de mis placeres... con la que exploré cuerpos ajenos y otras espirales.

A ti, que me afeitas y firmas, me enjabonas, me limpias, me sacas los mocos. Con la que friego, hago clikear el ratón y disparo mi cámara. La que gira las llaves, abriendo puertas.

A la que hace rebotar las piedras sobre la marea, la del corte de mangas, el saludo formal - sonrisa plástica y “encantado, ¿qué hay?, ¿qué tal?”-, la del “chócala pibito”.

La mano del adiós, adiós ilusión querida (1).

A ti, mano derecha, te echo estos días tanto de menos, que no hago más que esperar tu regreso, pues ¿por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo? (2)

(1) De Domingo Hernández, mi abuelo.
(2) De Domingo Rivero, en Yo, a mi cuerpo.

lunes, 14 de junio de 2010

el don de fluir

Hay personas tan tan tan maravillosas, nos fascinan tanto tanto, que para no joderlas, lo mejor es dejarlas pasar.

Existen ritmos que enlazan al primer compás. Otros distorsionan de tal modo que no pasan ni por improvisación ni por jazz. Por mucho ensayo que le eches, no hay manera.

Veces nos emperramos en sincronizar procesos irreconciliables. Y no es derrotismo, aún consciente de las fases habituales de desarrollo de todo grupo (de dos o infinitas personas): enamoramiento, crisis, organización...

Aclaro: las que empiezan y acaban en un polvo, u dos, escapan a esta categoría.

Cuando se llega al esfuerzo de intentar reorganizarse para que todo funcione, la cosa merece un aplauso. Cuando se insiste en varias ocasiones y no se sale del fondo del charco... El asuntito ya no va de ovaciones. Me temo que no. Mejor será reconocer que cada cual baila a su ritmo, que es eso precisamente lo que nos hipnotiza. ¿Qué le vamos a hacer si, al aproximarnos, no somos capaces más que de pisarnos?

Lo dice Drexler en su don de fluir: le gusta verla bailar y hasta que se empeñe en convidarlo, sólo que él sabe bien de sus flojas rodillas.


viernes, 11 de junio de 2010

fichas


¿Y si la ficha que cae es siempre la misma, una sola que ve como se derrumba todo a su paso?, ¿y si resulta que es ella la que huye para no ser devorada?

miércoles, 9 de junio de 2010

frente a frente


Quizás el problema sea el de siempre: inventarnos a los otros como nos gustaría que fueran o, por rizar más la cosa, adjudicar al prójimo todas aquellas presuntas virtudes que deseamos tener. Sea como sea, la metedura de pata en estos casos está en inventar.

En el fondo tiene su lógica, pues siempre intentamos controlar lo incontrolable, buscar explicaciones a todo lo nuevo que nos encontramos. Nos da una falsa sensación de seguridad.

Como al describir extraterrestres, que siempre acabamos mezclando animales y plantas conocidas con rasgos humanoides, en el día a día, vemos a fulanito que nos recuerda a menganito, conocemos a alguien nuevo y lo encajamos en nuestro bestiario particular, enfrentamos situaciones novedosas analizándolas con herramientas acumuladas en viejas experiencias…

Claro que, más tarde o más temprano, todo se desenmascara. Poco a poco comienzan a ser ellas mismas, personas o situaciones con identidad propia, y rara vez tienen algo que ver con nuestra expectativa inicial.

Más tarde o más temprano, decía, y ésa es otra de  las claves del asunto, porque en ocasiones las ubicamos cuando ya son muchos los lazos tejidos, que nos unen, nos atan o nos asfixian.

Una vez aquí, puestos a salir de ellas, cuando descubrimos que no son de nuestro agrado, no siempre encontramos la puerta de salida adecuada o, peor aún, buscamos excusas para seguir viendo al personaje que, al principio, describimos al gusto y antojo de nuestras peculiares y cambiantes necesidades.

Los parches permiten rodar unos kilómetros más, aunque la rueda no gire ya del mismo modo. La bicicleta nunca vuelve a ser la misma.

Otro problema –ya puestos- es si, tras las máscaras que inventamos, terminan apareciendo siempre los mismos personajes. Ya nos vale.

martes, 8 de junio de 2010

emociones tóxicas


Extraña emoción ésa del odio. No sé si alguna vez la sentí. Conozco la rabia, la frustración, la ira, la impotencia… y otras muchas poco recomendables, pero el odio se me escapa. Quizás sea por puro gandulismo, porque siempre lo imaginé un sentimiento pesado, un lastre que daña más a quien lo carga que a quien lo recibe. Ni siquiera la prohibición católica me invitó a probarlo. La rebeldía no me pudo tanto.

Aunque muy de vez en cuando aparece alguien que me hace entender los boleros, jamás comprendo esas canciones desgarradas que hablan de rencores eternos y odios viscerales, presuntamente por amor. Hay contradicciones a las que, sencillamente, no alcanzo.

Por más vueltas que le doy, no lo entiendo. El egoísmo, por ejemplo, es el motor de las mayores ruindades que azotan desde siempre a esta humanidad nuestra, pero conserva el instinto de autoconservación, exagerado por definición. El odio, en cambio, lleva a sus portadores a autolesionarse, a sacrificarse a sí mismos o a quienes, se supone, más quieren en un afán patológico de machacar a su contrincante.

Si hay que ponerse de mal humor, práctica poco aconsejable aunque muchas veces inevitable, yo prefiero la indiferencia. Siempre me resultó más  cómoda y ligera, prima hermana del olvido. Qué rico el olvido, tan higiénico él, como decía Benedetti. 

jueves, 3 de junio de 2010

No es pereza

Hay días en los que me siento como el cuero de un animal despellejado, tendido al sol, atirantado con sogas para curtirse.

Es como si tiraran de mí desde todos mis extremos las muchas obligaciones, las respuestas pendientes, las tiranteces, los compromisos, las provocaciones, lo que se espera de mí.

Días que, a pesar de todo, me resisto, me pliego, como si desde el centro de mi pellejo algo se mantuviera firme, consistente, resistiéndose a la intransigencia exterior. Algo de mí que se toma su tiempo, que me frena, impidiendo que me lance a saciar tanta demanda, que me hace respirar y cohesionarme. Es que, al final, un día no es más que un día y quizás mañana tenga mucho más de mí para repartir.

Aclaro: no es pereza.

La imagen no tiene nada que  ver con lo que escribí pero impacta, ¿no?


miércoles, 2 de junio de 2010

el sueño del caracol



Lo encontré por casualidad, tonteando por youtube, ya sabes. Aunque, claro,  siempre hay quienes dicen que las casualidades no existen.


martes, 1 de junio de 2010

decisiones

Hay decisiones intuitivas, ésas que tomamos sin pensar. Porque sí o porque no y ya está.

A otras dedicamos más rato, porque nos va más en la encrucijada o nos sobra tiempo. Al menos eso creemos. Algunas de éstas, al llevarlas a cabo, nos elevan, como sacos de globos nos hacen sentir ligeros, mucho más ágiles, como si ya no dependiéramos del capricho de los vientos.

Otras, en cambio, son decisiones pegajosas. Aunque las hayamos tomado hace mucho, después de contrastar y valorar todas las opciones imaginables, nos resistimos a ejecutarlas. Como chicle en la suela del zapato, queremos desprendernos de ellas pero no hay manera. Decisiones alquitrán que no sabemos si algún día, al fin, nos atreveremos a materializar.