viernes, 21 de agosto de 2009

El cuento de Ibrahima


Hoy reafirmé la esperanza, la creencia en que es posible la existencia de espacios, por pequeños que sean, de convivencia y solidaridad.

Tuve ocasión de participar en un encuentro de jóvenes procedentes de distintos puntos de Estado con chicos que, tras atravesar el océano en patera, viven en distintos centros de inmigrantes de Tenerife.

El lugar de reunión fue la playa de Las Teresitas. Los primeros en llegar: un grupo de emigrantes y yo. Uno de los más jóvenes parecía aburrido, así que para entretener la espera le propuse que jugáramos a eso que ahora llaman frisby, al disco de lanzar de toda la vida, vaya.

Sin darnos cuenta echamos un buen rato sin hablar y, casi al final, nos presentamos. Ibrahima, se llama. Cuando llegaron todos, nos dimos un baño. Ahí estaba él, a mi lado, silencioso.

Llegó el momento de que todos los participantes se conocieran. Cuando le tocó el turno, dijo su nombre, su edad (16 años), país de procedencia y finalmente añadió: “Estoy encantado de compartir esta tarde con todos ustedes”.

Las horas pasaron y el grupo, al principio separado por razas, se fue mestizando entre risas, balones, baños y carreras.

Cuando ya tocaba recoger, se me antojó regalarle mis gafas de nadar con las que Ibrahima se había entretenido un buen rato chapoteando en el agua.

A los pocos minutos se me acercó y me obsequió unos folios. “Es un cuento mío. Es para ti”, me dijo.

Con su permiso, lo reproduzco
íntegramente en este blog. Todo es suyo, incluida la moraleja y la postdata.

La cesta de la pesca del señor Hiena y el señor Liebre

Erase una vez dos animales que se fueron a pescar: El señor Hiena y el señor Liebre. Se quedaron pescando todo el día.

Señor Hiena llenó su cesta de pescado mientras que la cesta de señor Liebre se quedó vacía. El señor Liebre, hambriento, se esperaba a que, al despedirse, el señor Hiena le propusiera algunos de los suyos, pero el señor Hiena se fue así, sin más.

La Hiena era más fuerte pero la liebre se sabía más inteligente. Así que sabiendo que el señor Hiena no compartiría nunca su cesta, elaboró un plan.

El señor Liebre corrió a esconderse en el bosque y se adelantó sobre el camino de regreso del señor Hiena. Se tiró en medio del camino y esperó inerte a que pasara el señor Hiena. Cuando la Hiena llegó con su cesta de pescado y lo vio, pensó en voz alta:

- “¡Ah, esto sí que es carne buena! Pero… no me la puedo llevar porque ya estoy demasiado cargado con esta cesta de pescado.”

Dejó al conejo y siguió su camino. En cuanto se alejó, el conejo se puso en pie y cogió un atajo para adelantarlo de nuevo y se tiró en medio del camino simulando otra vez su muerte.

Cuando el señor Hiena llegó con su cesta de pescado y vio a la liebre muerta pensó en voz alta:

- “Otra vez ¡Otra apetitosa cena! Pero… pero sigo sin poder llevármela… grrr ¡Qué pena! Y siguió su camino bastante decepcionado.

En cuanto lo vio irse, el señor Liebre, muy astuto, volvió a adelantarse y se puso en posición. Al verlo otra vez, no pudo impedirse exclamar:

- “¡Pa… pa… pa…, esto parece mentira, ya es la tercera vez que voy a tener que dejar una apetitosa liebre por culpa de esta cesta de pescado”.

Se puso a pensar y, en voz alta, se dijo a sí mismo:

- “Pues dejaré mi cesta aquí y vendré a buscarla luego”. Y pensándoselo mejor, añadió: “Aprovecharé e iré a buscar las otras dos liebres primero”.

De esta manera abandonó ingenuamente su cesta y se fue. No hace falta decirles que el señor Hiena no volvió a ver nunca más su cesta de pescado ni tampoco a las liebres.

La moraleja de esta historia es que cuando uno se deja tentar demasiado con la vista acaba comiendo poco, no hay que ser demasiado goloso.

Ibrahima Sadio Diallo
“Uso los animales para educar a los hombres


1 comentario:

Anónimo dijo...

"Uso a los animales para educar a los hombres". Me encantó. Sin duda hoy la vida te hizo un guiño... no pierdas el cabo y deshaz el ovillo.