jueves, 24 de septiembre de 2009

Historias de Rapaos y de Crestas (I)


Los Rapaos.
Los Rapaos son gente dura. Dura y con mucho tiempo libre. Son seres asistemáticos, pero no por asimétricos ni antisistema. Al menos no políticamente hablando. En realidad, lo que se dice hablar, hablan poco.

Los Rapaos, y digo “los” porque son todos varones, muy varones, siempre actúan en bandada. Aunque no sé si la comparación es la más correcta pues, más que aves, parecen abejas. Más que un grupo, son un enjambre. Se mueven juntos, siempre en jerarquía, algo que se preocupan en marcar a golpes y gritos también entre ellos. Cuando alguno se separa y va en solitario, se desnaturaliza. Si no fuera por su aspecto, hasta pasaría desapercibido.

Los rapaos se hicieron duros a puñetazos. Y así se saludan y comunican. Se abren paso por la vida a empujones. Se sienten vivos en la bronca. La paz les hace sentir indefensos, inseguros, invisibles.

Gustan lucir sus abdominales y sus brazos tatuados, curtidos en mil batallas. Adornan sus cabezas con figuras de geometría imposible, teñidas de mil colores. Con semejantes diseños disfrazan sus rostros de niños tristes, malqueridos, de amenazadores ambulantes. Mientras, lían sus días en papelillos, a la sombra de cualquier laurel que les cobije.

Crestas.
Los Crestas comparten los mundos de los Rapaos, aunque transitan por dimensiones diferentes. Éstos, entre los que también hay mujeres, no crecieron a golpes, es por eso que son gente pacífica.

Igual que los primeros, cuidan de su imagen. Van uniformados, pero no se calcan y hasta se diferencian.

Los Crestas saben reír. Tienen sus miedos, como todos, pero se atreven a arrastrarlos hasta lugares donde, sospechan, encontrarán materiales para mestizarlos, malearlos o, en el peor de los casos, enterrarlos y no molesten.


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