martes, 21 de septiembre de 2010

reencarnaciones

Hubo un tiempo en que quiso ser gato. La independencia, la estética felina, su carácter arisco y egoísta ...cuando me apetece, me encaramo a tu pierna, cuando no, te ignoro por mucho que me reclames...

Pero, de repente, eso de las siete vidas le hizo dudar. Como aval no está mal. Si te dedicas todo el día a hacer cabriolas, en plan equilibrista kamikaze, está muy bien,  pensó, pero no era su caso. Si lo que te apetece es una vida tranquila, tener una reserva de siete podría convertirse en una eternidad infernal, un martirio.

Quién quiere pasarse tanto tiempo trabajando o buscando un empleo, luchando por conseguir un céntimo u obsesionado por la posibilidad de perder su fortuna. Quién quiere dedicar siete vidas a bucar con quién compartirlas o a hartarse de estar siempre con las mismas personas,  a preocuparse por el futuro de sus hijos o frustrándose por no tener descendencia... Quiénes soportarían el recuerdo del precio de las cosas en su infancia o la repetición infinita de las mismas campañas electorales.


Buscando alternativas, se fijó en una nube. En su vulnerabilidad y transparencia, en su cambio constante, ahora algodón flotando por los cielos al capricho de los vientos, acariciando árboles, tejados y montañas, ahora licuándose sobre la tierra seca, haciendo correr a las señoras con paraguas, divirtiendo a los niños con sus charcos, deslizándose barranco abajo hasta ensalitrarse en el océano... desde donde, un buen día, cuando le pique el sol, volver a evaporarse, a fluir entre las brisas.

Claro que, si quedas empozado en una cloaca, no tardarás en ser hábitat de hongos y otros bichos desagradables. O si, en estos cambios de estado, vas a dar a un estanque o una presa, puede que acabes regando una huerta o, a lo peor, arrastrando excrementos de cualquier vasija. 


Así no hay manera, se dijo. Cuánto compromiso éste de tener que cumplir con el karma.

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