jueves, 5 de febrero de 2009

Barrio 3: La señora de los suspiros


La señora de los suspiros era una anciana a la que siempre vi vestida de negro. Hasta el pañuelo con que cubría su cabeza. Sólo le rompían el monocromo los tímidos lunares cremosos del delantal.


La vida se le iba vigilando las andanzas de su hijo, un anciano que siempre fue niño, que se dejaba enredar por las burlas de la tienda de la esquina, entre buche y buche de ron.

Tuvo más hijos. Cuentan que algunos los perdió en las noches de los años treinta. Unos golpes en la puerta y se los llevaron para siempre, denunciados, dicen, por un vecino de la misma calle con el que tuvo que cruzarse cada uno de los días del resto de su vida.

Mariquita hacía suspiros. Horneaba claras de huevo batidas con mucho azúcar y las vendía entre los vecinos.

Yo era muy pequeño cuando murió. Recuerdo el sabor de su repostería crujiente y su cabeza asomada por el hueco de la puerta de su casa que, como todas las del barrio en aquellas fechas, estaban siempre abiertas.

1 comentario:

Unknown dijo...

¿Te acuerdas de Toledo, un señor enorme que tenía un taller como a la mitad de la calle Benecharo, subiendo a mano derecha?. Tenía un gato que se llamaba Tejero y antes de almorzar se bebía enterita una botella de de ron, en plan aperitivo. Lo sé porque alguna vez mi padre bebió con él en la tienda de enfrente del taller, donde una vez me dejaron entrar hasta el fondo a ver la boda de Lady Di, claro que yo tenía 12 años y soñaba con ser princesa, aunque fuera de La Isleta.