miércoles, 20 de abril de 2011

sms


Aún no había soltado los bolsos en su nueva habitación cuando escuchó el sonido del móvil. Un mensaje: “Se te va a echar de menos”, decía. No reconoció el número del remitente, pero  tampoco dudó que fuera para ella. Acababa de aterrizar en su nueva parcela de universo, apenas seis metros cuadrados de habitación en un piso de estudiantes de capital de provincia.

Después de ordenar armarios, colocar libros y recuerdos, le dio por contestar: “Gracias, yo también añoraré. Quién eres?”

A la mañana siguiente, enganchaba las nuevas llaves en el viejo llavero mientras bajaba las escaleras. Ahora le tocaba adentrarse en el nuevo hábitat. Descubrir calles, ruidos, tráfico, paisanaje. Con tanta tarea y emociones, no le quedó tiempo para recordar el mensaje de la noche anterior, hasta que recibió uno nuevo: “Te conozco desde siempre. Hemos sido vecinos hasta ahora”. 

No sabía bien cómo interpretar aquellas notas. La broma rebuscada de algún viejo compañero, un admirador secreto, un familiar burlón, un perverso vecino… Todas las opciones estaban abiertas, unas más divertidas que otras, algunas hasta desagradables. Y claro que se inflaba pensando en la posibilidad de despertar pasiones en un desconocido o, quién sabe, en un conocido que no se atrevía a confesárselo a la cara. Buf, qué idiota, pensó. Un tipo así no valdrá la pena. Y si es un viejo o un vecino casado. Y si es una broma y me están tomando el pelo. Por eso prefirió no darle más vueltas.

Durante los meses siguientes continuaron llegando mensajes que, sin darse cuenta, se acomodaron poco a poco en su vida. Se escribían los buenos días cada mañana. Se contaban los planes de cada jornada y, cada noche, esperaban para despedirse con sendos eseemeeses.

En Navidad tocó volver al pueblo. Tenía ganas, muchas, de ponerle cara a tanto escrito furtivo. No habían quedado en nada. Nada parecido a una cita. En tanto tiempo, ni siquiera se habían escuchado. Ella lo llamó en más de una ocasión, pero él no contestó. Se limitaba a enviar otro sms: “Todavía no. Mejor así”. Estuvo tentada a acabar con este juego macabro. ¿Hasta dónde iba a dejarse llevar? Pero, ella lo sabía mejor que nadie, era demasiado tarde. Le gustaba.

Paseaba por el pueblo mirando a todas partes. Tenía sospechas, por supuesto. Algunas más apetecibles que otras. Soñaba con una aparición al doblar cualquier esquina. No soltaba el teléfono, mirándolo compulsivamente. Pero en esos días no llegó nada diferente a los anteriores. En las miradas de sus vecinos no descubrió ningún brillo ni un guiño ni un gesto que le confirmara o delatara quien estaba al otro lado del teclado.

Ya estaba subida al coche, de vuelta a la ciudad, cuando escuchó el pitido. “Te queda muy bien ese pañuelo, aunque se te ve triste. Cuándo vuelves?” Al leerlo, dibujó una leve sonrisa, pero la decepción era evidente. No le quedó más remedio que darse el tiempo necesario para digerirla.

Así y todo, no interrumpió el contacto. Los sms continuaron viajando de un móvil a otro durante las siguientes semanas. Hasta que no pudo más. Tampoco ella se reconocía en el envío de aquel texto. “Estaré en el pueblo este fin de semana. Te espero el sábado en el cine. Iré a la sesión de las ocho.”

Cuando llegó a la sala, no tuvo dudas. Había pocos espectadores y sólo uno estaba solo. Se dirigió a aquella sombra y, pese a las muchas butacas vacías, se sentó justo a su lado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es genial!

Adriana dijo...

¿Y...?
Me ha dejado un poco en expectación, necesito una conclusión o al menos una bonita continuación jajaja.
Me encanta.
Un beso enorme