miércoles, 28 de enero de 2009

Barrio (1)


Su universo infantil era una enorme pendiente de la que colgaba un bullicioso barrio. Rebosaba de casas, crecidas junto al puerto, que daban cobijo a las familias de los trabajadores que habían llegado de todas partes de la isla. Unos construían barcos. Otros los cargaban y descargaban. Algunos desaparecían en ellos durante meses, para volver oliendo a sal, con la piel seca y la mirada perdida.


Eran gentes ruidosas las que ocupaban aquellas cuestas. De las que gustan celebrar efusivamente sus alegrías y dedicar llantos sonoros a sus tristezas.


Hasta bien avanzada su primera década, aquellas calles populosas eran un misterio para él. Pasaba los días jugueteando en el interior de su casa. Entre el sótano y la azotea, desde donde divisaba todo el cielo que era capaz de imaginar. Trepando a los miradores más altos, dirigía tripulaciones de fieros bucaneros. O pegaba tiros desde caballos salvajes a lo primero que se moviera. Todo dependía de la temática de la película del último sábado.


Desde aquellos miradores, por el camino de ida y vuelta al colegio o al salir para algún recado, observaba las escenas de la calle, que no dejaban de ser un espectáculo ajeno, como una de las películas de cualquier tarde ociosa.


Había personajes de todo tipo. Hombres de rostros siniestros, mujeres gritonas, niños que daban balonazos entre los coches… Algunos con perfiles peculiares, como el hombre del carro de las golosinas, que vivía en una casa sin tejado, entre gallinas y cabras. Al que le gustaba dirigir el tráfico en el cruce de la iglesia. Y el hijo retrasado de la señora de los merengues. Un hombre mayor que siempre fue niño. Los dos se reunían para demostrarse a sí mismos que el otro era el diferente, pidiendo la opinión de los transeúntes.

(continuará…)

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