lunes, 19 de enero de 2009

Rutinas



No sabía desde cuando. Quizás desde pequeña repitiera lo mismo. Es probable que su madre también lo hiciera. Y hasta su abuela. ¿Quién sabe?

Durante las últimas semanas del invierno, cada noche ponía de remojo unos pétalos de flores. Al amanecer, después de respirar profunda y conscientemente, se lavaba la cara con aquel caldo. Sin perder la concentración, por muy fría que estuviera el agua, imaginaba el colorido del resurgir de la primeravera, entre fregado y fregado de sus mejillas.

Pocos días después, ineludiblemente, se presentaba la nueva estación.

Aquel año, en cambio, se sintió cansada. Mayor. El viejo ritual se le antojó inútil, agotador.

Se acercaban las fechas, pasaban las semanas, pero ella no se lavaba con el agua de las flores.

Ese año, puede también que por cansancio, tal vez por aburrimiento, la primavera no llegó.


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