viernes, 2 de abril de 2010

timos, crisis, pasiones y otras contradicciones

Cuando lees en los periódicos las cantidades inmorales que siguen embolsándose los especuladores (pincha aquí), quedan pocas opciones. O te vuelves a subir al cabreo crónico contra el sistema, enfadándote especialmente con quienes construyen y difunden los discursos victimistas, aprietacinturones, rebajaderechossociales, abaratadespidos... O miras para otro lado, más amable, dejando de escuchar el romper de las olas  de siempre contra las mismas rocas.


Precisamente, en estos días ociosos de reencuentros con familiares y amigos de siempre, al escucharlos, me desempolvaban debates y pasiones que, hace algún tiempo, ya no hacen vibrar nada en mí. Me dejaron con el peso de los interrogantes:  ¿me habré hecho viejo?, ¿me convertí, al fin, en el anacoreta que en silencio admiraba?, ¿será esto la alienación que tanto aborrecí?  Pero,  ¿qué le voy a hacer si hace mucho que sé que todo político es un corrupto en potencia -la mayoría en acto-, o que las guerras son un tremendo negocio... Si, encima, me da igual quien porras gane la liga, el mundial o las vueltas que dé el hipercontaminante Alonso y sus secuaces? ¿No es normal que me dé pereza abrir cada mañana los mismos periódicos para leer noticias idénticas? Ya lo decía Mafalda.


En esas andaba, cuestionándome la defunción o no de mi ser social, cuando, de repente, abrí otro periódico y, mira por donde, fue capaz de indignarme o, al menos, sobrecogerme con debates que no son los míos.

Por un lado, el rostro de una de las suicidas de Moscú. Más allá de la noticia en sí, me bastó mirarla a los ojos en un absurdo intento de leer en ellos el origen, los motivos del fanatismo. También, las consecuencias en ella, otra víctima de esa barbarie.


Otros dos titulares me recordaron que la homosexualidad, además del esnobismo cansino  que pavonea a este lado del planeta, en otros lares continúa siendo objetivo de la ira fascista e intransigente del fundamentalismo heterosexual:


Pues sí, hay asuntos que, aún sin tocarme directamente, siguen estimulando mi sistema nervioso central. Debe ser que todavía estoy socialmente vivo.

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