lunes, 23 de marzo de 2009

historias de no-ficción

Hace algo más de veinte años tuve el primer contacto con la informática. Recuerdo que tenía que hacer un trabajo de estadística. En quinto. En la ULL. El cerebro era una máquina enorme que se escondía, misterioso y gigante, en un cuarto contiguo. Al otro lado, los usuarios manejábamos terminales tontos, aquellas pantallas de letras verdes sobre fondo negro.

Ahora, en cambio, toda la vida transcurre a través de estos cacharros, cada vez más rápidos y ligeros. Las nóminas aparecen y desaparecen por Internet, por donde mismo conversamos, hacemos amigos y hasta, cuentan, se practica sexo. Compramos, vendemos, leemos la prensa, vemos películas…

La dependencia es tal que, cuando se caen los servidores, se paraliza el mundo: empresas, bancos, comercios. Por aquí se perpetran acosos, estafas, mentiras, asaltos a la intimidad…

Es la vida misma. Tanto, que hasta la omnipresente televisión está quedando en segundo plano en muchas casas. Estas endemoniadas maquinitas ya funcionan hasta en la guagua. Es que ya no hace falta ir a la oficina. Ni tenerla.

Internet hace posible situaciones ayer insospechables. Este blog, por ejemplo. Lo abrí para obligarme a escribir de forma regular. Para disciplinarme. Hace unos años usaba libretas y folios sueltos (esto es más ecológico).

Poco después alguien me enseñó a ponerle un contador de visitas (ese cuadratín que aparece en el extremo inferior de la página), con lo que descubrí que desde finales de diciembre han leído mis delirios más de cuatro mil personas. Para mi sorpresa, la mayoría desde fuera de Canarias.

¿Cuatro mil y pico? Los libros suelen salir en ediciones de mil ejemplares. Y cuando escribes en los periódicos, puedes saber a cuanto asciende la tirada. También, si te lo crees, la cantidad de ejemplares que se venden. Pero nunca sabes cuantas personas se paran precisamente en lo que tú has escrito o si usaron tus líneas para limpiar los cristales.

No hace mucho fui al estreno de un cortometraje y, al volver a casa, se me ocurrió escribir lo que aquella cinta me había dejado rumiando. Al día siguiente encontré un mensaje del director en mi blog. Son cosas que, hace unas décadas eran simplemente imposibles.

Aquí escribo sin vértigo, pues quienes entran y hasta puede que lean, ésos, ésos son seres virtuales, etéreos, invisibles. Pero en esto va y alguien se anima y hace un comentario. Es lo alucinante. Casi mágico. Porque es entonces cuando Internet se convierte en un camino de ida y vuelta.