lunes, 15 de junio de 2009

alegrías difusas


A primera hora me dio por buscar el certificado de retenciones para contrastarlo con el maldito borrador. Encontré uno que decía que gané menos de lo que Hacienda aseguraba. Tremendos saltos de alegría que di. Hasta descargué el programa e hice los cálculos para comprobar cuánto me iban a devolver. Ños, una pasta. Tan contento me puse que llamé por teléfono para contarlo. Necesitaba compartir tanta dicha. Fue justo entonces, al contarlo, que volví a revisar el certificado y comparar las cifras. Puaf. En ese momento la fecha me saltó a la cara. No era el del año pasado.

De vuelta a la realidad, salí a la calle. Quizás para compensar el fiasco, al pasar por un quiosco de la ONCE, me compré un rasca. Invertí 50 céntimos y crucé la calle descubriéndolo con escepticismo. Me equivoqué. Tuve que dar la vuelta. Había salido el 7 que me devolvía los 50 céntimos. Hacía muchísimos años que esa cantidad no me proporcionaba tantas emociones.

Ni lo dudé. Corrí a cambiarlo por otro boleto. Cuando lo tuve en la mano cruce sin escepticismo, convencido de que hacía el idiota, que definitivamente había malgastado mi primer golpe de suerte. Que estuve a tiempo de no tirar el dinero, de recuperar lo que me había gastado en ese arrebato de creerme que, de pronto, algo externo me resolvería la vida.

Reanduve mis pasos. Otro siete me hacía ganar un euro. Doblaba lo invertido.

Dispuesto a todo, me la volví a jugar. Pillé un boleto más caro y aposté la totalidad del premio. Tras recibir las instrucciones detalladas de la vendedora, me alejé rasca que te rasca, otra vez íntegramente incrédulo.

El premio podía ser mayor, pero la dificultad también: Necesitaba tres sietes en raya. Imposible.

Una vez más me equivocaba. Los conseguí. Las manos me temblaban, pero logré descubrir el importe de mi premio. Otro euro. La suerte estaba conmigo esta mañana. Ya era hora, la verdad.

Aunque la sensatez me murmuraba que atrapara el euro y corriera, caí en la tentación ludópata de volver a arriesgarlo todo.

Esa vez fue la definitiva.



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