lunes, 8 de diciembre de 2008

Desparejas



Hace tiempo que lo observo. Las personas que conviven durante décadas terminan pareciéndose. No sólo en las maneras de hablar ni en los gustos superfluos. No, eso se les pega en las primeras semanas de estar juntos. O quizás sea por eso que se juntan. A saber.


El parecido que me llama la atención es otro, el físico, porque he notado que los rasgos acaban asemejándose. El color o las manchas de la piel. La forma de los ojos. Las manos y hasta las arrugas. Con el tiempo, muchas parejas terminan pareciendo hermanos.


Siempre me dio por pensar que la explicación a este fenómeno estaba en la comida. Pasarse años consumiendo los mismos alimentos, combinados en las mismas recetas e ingeridos en las mismas frecuencias temporales, eso es lo que debe generar tales similitudes orgánicas.


Compartir cama y clima también tendrá algo que ver, supongo. Lo cierto es que no tengo ni la más remota idea. Pero ahí están ellos, tan iguales.


Luego hay otros que se parecen menos, pero les da por vestirse del mismo modo. El otro día me crucé con una pareja que físicamente no tenían nada que ver pero, para mi sorpresa, iban equipados exactamente idénticos, como hermanitos gemelos: camiseta, pantalón, zapatillas, calcetines. Hasta las mochilas y las bicicletas. Todo obsesivamente repetido. No se diferenciaban ni en una tonalidad.


La visión me dejó pensando, ya no en las causas de semejante mimetismo, sino en qué será de estos seres si alguna vez se separan. ¿Deambularán perdidos como siameses divididos? ¿Buscarán otro molde en el que metamorfosearse? No tengo ni idea.


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