jueves, 6 de noviembre de 2008

progresos



Cuando aquel extranjero llegó a la isla quedó maravillado. Tanto, que decidió instalarse en sus costas.


Al poco tiempo pensó que aquel lugar podría enamorar también a otros viajeros y puso en marcha su plan: compró unos acres de tierras que los nativos siempre habían usado para cultivar alimentos. Él, en cambio, los sembró de alojamientos.


Con algo de difusión y el boca a boca, no tardó en colgar el cartel de "completo".


El éxito de su primera aventura le animó a hacerse con más y más fincas. Y a contratar a nativos para que atendieran sus establecimientos. Éstos aceptaron, porque sin fincas ya no tenian trabajo. Ni comida, que ahora compraban en los barcos, los mismos en los que llegaban los turistas.


Los aposentos para visitantes crecieron. Coparon más y más fincas, barrancos y montañas. Por supuesto, playas. Todas las que había las colmó de puertos y apartamentos. Y cuando ya no quedó ninguna, echó arena en bahías donde antes sólo había piedras para, seguidamente, acorralarlas de más edificios y muelles. No dejó paisaje sin atravesar con cables y autopistas. Ni montes sin carreteras, que saturaba de guaguas y más guaguas, con más y más visitantes.


A todo esto lo llamó "progreso".


Pero a medida que aumentaba su "progreso", disminuía la fascinación de los visitantes que arribaban a la isla. Ya no encontraban las emociones, los paisajes, los sonidos ni los olores que iban buscando desde tan lejos.


Poco a poco dejaron de llegar. Con el tiempo se fue hasta el primer extranjero. Desapareció, dejando tras de sí su progreso. Y a los nativos, que ya no tenían fincas ni trabajo ni barcos ni alimentos.


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