jueves, 27 de noviembre de 2008

la mujer jirafa


Vivía a kilómetros de altura. Y es que estiraba el cuello todo lo que podía con la única finalidad de mirar desde lo alto a su prójimo. Bueno, aunque para ella no eran tal cosa.


Siempre quiso llegar más lejos. No sabía hasta dónde, pues lo que realmente no soportaba era quedar por debajo de nadie. No es que rechazara las jerarquías, en absoluto. Lo que no resistía era estar en las capas bajas de la pirámide. Fuese de la naturaleza que fuera.


Para subir escalones, se apoyaba en quienes tuviera cerca. En quien pillara más a mano. Poco a poco ganaba su confianza, con el objetivo claro de enganchar el hombro ajeno hasta instalar allí sus manazas, primero, y sus rodillas, después. Acto seguido, alcanzada la nueva posición, renegaba con vehemencia del sujeto a costa del que había tomado impulso.


Cosas de la vida. Aunque todo el mundo, especialmente sus víctimas, siempre sospechó que perecería por causa de un tremendo constipado, fruto de la gélida soledad de sus alturas y maneras, no fue ése su final. Tampoco la fractura de cervicales ni la infección de la lengua que tanto arrastró para abrirse camino. No, en absoluto. Su final lo ocasionó una minúscula obstrucción de un diminuto vaso en el más pequeño de sus dedos. Precisamente en sus pies, aquellos que hacía mucho tiempo no recordaba dónde los tenía.


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